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domingo, 22 de noviembre de 2009

De la Literatura a la Ciencia del Hombre...

De: Lamotte Jean-Luc

Voy a comenzar por una rápida reseña histórica dentro de nuestro mundo, en el cual el vínculo de la cultura y de la escritura comenzó a desenredarse. No se puede hacer que las Letras dejen de existir. Pero ellas se mantienen en el sentido manifiesto de los desplazamientos progresivos.

Si usted mira el francés a través de los años, comprenderá rápidamente que ese conocimiento está evidentemente relacionado a las condiciones que son culturalmente nuestras. Ahora bien, es indispensable comprender lo que se acaba de decir: “En la Edad Media, habían textos franceses que valían la pena. Estaba la Canción de Roland, etc.”. La universidad medieval ignoraba completamente estos textos franceses, incluso los producidos por Rutebeuf o Villon. Y ¿por qué la Edad Media descartó deliberadamente estos textos? Porque no estaban para saberse, pero como mejor lo dijo Nietzsche: era el “alegre saber”, es decir, el anti-saber, el saber contestatario, no reconocido por la universidad: el saber de la época, y hasta el siglo XVI, era el latín, el francés no era precisamente más que un alegre saber.

Entonces, ¿cuándo se realizó el primer movimiento que condujo al nacimiento de la “literatura francesa”? En el Renacimiento, al alba de los “Tiempos Modernos”, con Rabelais. Si, Rabelais es cómico, “galo”, cerdo y quieran llamarlo, es porque él estaba rehabilitando todo el alegre saber medieval, pero en la lengua francesa. Ésta fue una revolución absolutamente formidable: antes los textos franceses no tenían ningún estado, a partir de ahora, tenían uno. Por supuesto, hubo algunos años en lo que esto se estaba preparando. Hubo una pre literatura, una “prehistoria” literaria, si se la puede llamar así, representada por aquellos que llamamos los Grandes Retóricos, quienes rimaban en francés y comenzaban a tratar de introducir sus producciones en los centros educacionales. Pero el Renacimiento, es una bocanada de oxígeno, es el francés en todos los niveles, el saber alegre claramente iniciado.

Pero, ¿qué ha dado esta promoción del saber alegre? Al inicio fue una liberación, con todos los excesos que acompañan a toda liberación: ¡un verdadero entusiasmo! Sin embargo, poco a poco, el entusiasmo recayó, y esto fue el nacimiento de lo que llamamos «literatura», que consistía en exprimir, en francés, incluso las cosas más serias, las cosas de los tiempos, el saber de la época. No era el saber de la universidad que continuaba expresándose en latín, sino un saber para universitarios, de cierta manera, que se transmitía en francés. En esas condiciones se comprende que los textos como los de Madame de La Fayette, las tragedias de Racine, o bien las comedias de Molière eran literarias, bajo el mismo título de los discursos del método de Descartes, los Pensamientos de Pascal o el Espíritu de las leyes de Montesquieu. Cuando vemos la obra de Descartes figurar en los manuales de literatura del siglo XVII, nos preguntamos: “¿Qué pueden hacer de bueno en la literatura los Discursos del Método?” Pues bien, pueden hacerlo simplemente porque Descartes expresaba su discurso en francés. De la misma manera, se trataba de Pascal. Él sin duda tiene también cosas ilegibles, pero era la teología en francés. Comprenden entonces que lo que hacía la literatura tan buena, como si fuera una tragedia de Racine, una obra de Descartes, de Pascal o de Montesquieu, era que estos autores expresaban en francés un saber que, desde la Edad Media y hasta el siglo XVIII, no había interesado a nadie, porque el saber era el latín. Por esto es importante ver a la “literatura francesa” como un fenómeno al margen de la universidad, y casi en conflicto con ella. Si quieren entenderlo de otra manera, la universidad era el saber “de derecha”, y la literatura, el saber “de izquierda”: esta literatura consistía en hablar como un “hombre razonable”, y no en el viejo lector de grimorio, y no se trataba tampoco de un saber tan fuerte como aquel de la universidad. Comprenden, en estas condiciones, por qué los ancestros de nuestras actuales “ciencias humanas”, son la novela psicológica, el teatro clásico, los escritores moralistas, etc. Nosotros vemos estos textos como obras de arte. Estas obras ciertamente tenían también ese carácter, pero sobre todo tenían el carácter particular de representar un saber en ruptura con la universidad de la época, y no solamente que valía ese saber de la universidad, sino que también esperaba sobrepasarlo.

¿Cuándo empezó el segundo movimiento que presidió al nacimiento de nuestras “ciencias humanas”? En el siglo XIX que fue la época de Balzac y, sobretodo, del Realismo. A partir del movimiento realista, las cosas comenzaron a evolucionar. La literatura se convirtió en una “Literatura de mensaje”. A partir de ese momento, ¿quién hizo, por ejemplo, la sociología? Zola. Es el mensaje tesis, me atrevo a decirlo: novela a tesis, teatro a tesis, escritos por los pensadores (en la universidad hacía un siglo que, en esa época, ¡ni nos imaginábamos!).


Y llegamos al tercer movimiento, es decir al punto culmínate del pensamiento (al callejón sin salida de la literatura), a saber Sartre: lean lo que cuenta en Situaciones de la “literatura comprometida”. A partir del momento donde estuvo comprometida, la literatura no es más que un arma de combate y no pertenece más al saber alegre (es algo ¡terriblemente triste!) y no es literario, se convierte en otra cosa (que les corresponde a ustedes llamarlo como quieran). “Y después de Sartre, me preguntarán ¿qué sobra de la literatura francesa?” Nada, Es Byzance, es decir “la nueva novela”, el “teatro de lo absurdo”, la “nueva crítica”. ¡Nada! Un día, alguien me preguntó qué quedaba de la literatura francesa desde el fin de la segunda guerra (1945) hasta ahora. Mi primera impresión fue, precisamente, la de responderle “Nada”, entonces, después de haber reflexionado con madurez, le respondí: “puede ser Las palabras de Sartre, de la misma manera, Las memorias de Hadrien de Marguerite Yourcenar”. ¡Piensan que eso no es mucho! Entonces es necesario concebir que la literatura francesa, en la época en que nace la Ciencia del hombre está muerta.

Eso no quiere decir que ella no presenta interés. Pues, ¿quién hablaba precisamente del hombre hasta la mitad del último siglo? Pues la literatura. Porque después de Bacon, nacieron, en el Renacimiento, como ya lo saben, lo que se llamó la filosofía naturalis de donde surgen nuestras “ciencias de la naturaleza”. En lo que se refiere a la ciencia del Hombre ¡con mayúscula!), esta criatura casi divina, era excluida. Desde entonces, la literatura (historia y filosofía comprendidas), llenó el rol histórico de conservación del hombre (de “pre-ciencias humanas” de cierta manera el saber alegre de los Tiempos Modernos). Casi nunca preguntamos: “¿Cómo pasa que, después de haber hecho que las humanidades clásicas se consagren a la lingüística y después a la antropología?”. Comprendan que la sola cosa por la que me he interesado en la vida es la respuesta a esta pregunta: ¿Qué es un hombre (con minúscula)? La literatura me dio las primeras respuestas, entonces me hice fanático de lo que es, desde la más alta antigüedad, la primera ciencia verdadera del hombre (en la medida en la que pensamos que lo propio del hombre es el lenguaje), a saber la gramática bautizada “lingüística” en la época en la que enseñaba lingüística, que debía llevarme consecuentemente, a la antropología. Ven que hay en mi itinerario intelectual una coherencia perfecta. Cierro paréntesis y regreso a mis asuntos.

Comprenden ahora que cuando alguien les dice “enseño literatura francesa” (¡de Rabelais a Sartre!), se convierte en una completa carroza (está bien para el museo) y, sobretodo, ¿cómo quieren meter todas esas obras en el mismo estante? ¡Es absurdo!

Por otra parte, hay que ver que los textos que continuamos llamando “literarios” se recogen de una masa de determinismos. Es lo que le reprocho a los profesores de literatura de mi época, que en lugar de desglosar los textos, lo tomaban globalmente (esa era la famosa “explicación de texto”), a pesar de que debía de haber diferentes especialistas que los hubieran tratado con métodos distintos: de hecho, hay uno en el texto de trabajo literario para el sociólogo, el psicoanalista, el historiador, el lingüista, etc. En un sólo texto literario, cualquiera que éste sea, hay en qué consagrarse un año entero que sería más instructivo que el examen, más o menos intuitivo, de una serie de “piezas recogidas”. Pero, es verdad que un tal conocimiento requería, de la parte del profesor de Literatura francesa, una suma de nociones y un poder de síntesis ¡demasiado extraños! Pueden creerme, es lo que he tratado de practicar durante mis estudios (superiores, es verdad). Pero, créanme, no me arrepiento: tengo la vanidad de pensarlo, de haber apasionado a mis estudiantes de Licenciatura al explicarles… “¡La liebre y la tortuga!” Nunca terminé de enseñarles a leer, pero poniéndose otros lentes (¡ya!). Es por eso que siempre pensé, y continúo pensando, que la pregunta de los programas y los horarios no tiene ningún interés (en donde se preparan). Los contenidos, de una manera general, no tienen más que un pequeño entendimiento con la formación del espíritu. Lo que cuenta, son los lentes, es decir lo que ciertas personas llaman el método. He ahí por qué pienso que el texto literario no puede ser fructuosamente abordado sino solamente en la enseñanza superior.

Por esto, ¿es necesario suprimir la enseñanza de la Literatura francesa en nuestra enseñanza secundaria, como algunos, con razón, lo desean? Les respondería: “no”, por la simple razón que, a menos que sea un bárbaro, nosotros no quemamos esos archivos. En este caso, ¡se deberían quemar todos nuestros museos! Pero un museo, eso se puede arreglar, incluso si se arreglan algunas estaciones ante ciertas obras escogidas. Podría escoger otra imagen: la del metropolitano. Usted se sube en el tren y busca la línea, incluso si se para en algunas estaciones. E incluso si se sube a esos pequeños trenes turísticos que le darán el tour “histórico” del centro de la ciudad, señalando un tiempo de parada delante de tal o tal monumento. Se van a reír, pero cuando llego a una ciudad que no conozco, alquilo voluntariamente esos pequeños trenes turísticos, incluso si vuelvo a visitar tal o tal monumento que más me ha interesado. Dicho de otro modo, lo que deberían proponer los maestros de Literatura francesa, en fin, los de secundaria, es una vista de conjunto, a fondo. Pero esa vista de conjunto podría proponerla el profesor de gimnasia, por qué no, si tiene buen gusto y ¡sabe leer una Guía de Michelin de la Literatura y llamar la atención de sus alumnos!

Dice, comprendí lo bastante rápido, al mismo tiempo que las “ciencias humanas” enseñadas en nuestras “Facultades de Letras y ciencias humanas” (es el “y”, aquí, que es aquí significativamente), eran siempre, de la literatura, absueltas poco después de mis estudios, de Licenciatura en Filosofía. Parecía que esas “ciencias humanas”, enseñadas en nuestras Facultades de Letras tenían un objetivo: el hombre en minúscula, y nunca más en mayúscula, como es el caso de un humanismo que no termina de morir. Entonces, ciertas literaturas especialistas en “ciencias humanas” se recobran decorando al hombre para tratar de hacerlo un objeto que parezca científico. Tomaron de la ciencia, no su oxígeno de formación, sino su lenguaje y su apariencia, ni más ni menos. Por esta razón, ciertos psicólogos, se bautizan “neuropsicólogos”, utilizan mandiles blancos, tienen sus laboratorios, miden, informan, etc. O, en sus “laboratorios”, hay algunos que los tientan a verificar los «voluntarios», pero voluntarios que ¡nunca son definidos! En cuanto a los sociólogos, ¡ellos hacen estadísticas! No tenían, ellos tampoco, modelos subyacentes a los fenómenos que describen, no pueden, evidentemente, hacer nada más que describirlos (y no explicarlos). Pero ¿cómo los describen? Con números (desde luego eso los hace más conocidos). Pero la estadística, es como la informática. Si los datos que le confiamos al ordenador son idiotas, pues el ordenador va a tratar esos datos idiotas (el ordenador está listo para tratar absolutamente todo). Para las estadísticas, es lo mismo: a una pregunta idiota, respuesta idiota.

Brevemente, no habiendo tomado de la ciencia que sólo la apariencia, es decir la informática, las estadísticas o el laboratorio, el objeto “hombre” (en minúscula) espíritu de la también virgen que ha entrado. Si bien sus “ciencias humanas” no tienen nada que ver con la ciencia, sino fuera de los aduladores que testifican simplemente de la pretensión de ser literarios y que nunca han sido capaces de construir científicamente su objeto.

Quedaba un franco tirador, Edgar Morín, que sacó provecho de su concepto de complejidad. No digo que es tonto, al contrario, pero él piensa que hay que olvidar el pasado y empezar sobre nuevas bases: “el paradigma perdido está definitivamente perdido, pero yo, ¡yo voy a inventar todo!”. Resultado, ¡no dice nada! Es por eso que él se refugia, como todos los literatos, tras la complejidad del hombre. “Estudiar el fósforo, ¡está bien! Analizar los corderos, es un poco más difícil, pero, comparado a un hombre, un cordero, es mucho más simple. En cuanto al hombre, este es mucho más complicado, más sutil, ¡más fino!”.

Estuve ahí desde mi carrera profesional hasta que tuve, hace unos veinte años, la sorprendente oportunidad de encontrar a Jean Gagnepain, y de convertirme en uno de sus discípulos. Rápidamente aprendí que predicar un verdadero conocimiento sobre el hombre suponía que derribemos los principales obstáculos para llegar este nuevo conocimiento, comenzando por sus famosas “Facultades de Letras y Ciencias Humanas”. En efecto, si, por ejemplo, se van al Renacimiento podrán constatar que el humanismo no pudo llevarlo sino hasta que estuvieron bajo la hazaña de Rabelais y compañía, la cerradura de la Sorbona se obstruyó. Pero, en esa época, los “Sorbonicolegiales” del ayer eran exactamente igual a los de ahora, buscaban reformarse, adaptarse. Pero habían otros, más lúcidos que comprendieron que toda reforma estaba ya condenada: no se podía hacer otra cosa. Esto es exactamente lo que Jean Gagnepain había entendido.

En el tiempo en el humanismo termina y empieza el anti humanismo, es decir el del tratamiento del hombre por el hombre que preside al surgimiento de una verdadera Ciencia del hombre, es tiempo de tomar conciencia del principal obstáculo al principio de esta nueva era. El problema de la formación, no solamente para mañana, sino que ya también para hoy, pasaba por la liquidación de los literatos. Es cierto que si los literatos actuales se convirtieron en enemigos, esto sucedió después de haber sido el más hermoso florero de la Universidad humanista. Pero, como Marx decía cuando hablaba de Bourgeois, han sido un mal necesario, han jugado su papel histórico, el de ser, como ya lo he dicho antes, las pre ciencias humanas. Desde este punto de vista, las ciencias llamadas “débiles” (psicología, sociología, ciencias políticas) prolongan el papel histórico de la literatura (la filosofía, las bellas artes, y la historia comprendidas). Este papel histórico consistió en situar al hombre en el frigorífico para ocuparse mejor de él, mientras se esperaba, a las ciencias llamadas “de la naturaleza”.

Quiero decir que esas ciencias “débiles” están dando paso a la Ciencia “dura” del hombre, desde los trabajos del genio aún no muy conocido, Jean Gagnepain, quien es el verdadero fundador de la Ciencia experimental del hombre. Una palabra de explicación.

Fue Freud quien dio a Jean Gagnepain la idea de una clínica explicativa, dicho de otro modo, de un tipo de clínica que le permitía volver a empezar una y otra vez a la causa del modelo teórico del hombre que elaboró durante más o menos medio siglo. Esto es lo que lo hace absolutamente fundamental. EN realidad, el que ganaba, en la cura psicoanalítica, era Freud, quien reconocía que ¡jamás había sanado a nadie! Freud, empezaba a ser más y más inteligente y, teóricamente, más y más malo a medida que iba sometiendo más pacientes a su cura. Esto es lo que le dio a Jean Gagnepain la idea de una clínica que quiso, él mismo, que sea totalmente experimental. El decía que no era porque cambiamos de “objeto” es decir que “pasamos” de la naturaleza al hombre (incluso si construimos este hombre “objeto”, es evidente) que cambiemos de cientificidad: la ciencia debe tener, en primer lugar un modelo coherente, y también, un lugar de verificación. Es importante experimentar en algún lugar, en donde la idea era que la clínica es, en el hombre, el único lugar de verificación. Al referirse a esta clínica, Jean Gagnepain evocaba con frecuencia el trabajo del mecánico. En un carro es extraño que todo deje de funcionar al mismo tiempo. Nada se estropea al mismo tiempo: a veces es el encendido, otras veces el carburador, etc. Es por eso que él siempre se comparaba a un mecánico que aprendió mecánica reparando los carros. Ya que, como en un carro, es extraño que en el hombre todo deje de funcionar al mismo tiempo. Nada se avería al mismo tiempo: no perdemos la razón, sino que tenemos razón, y, de la misma manera la razón podría convertirse en objeto de la ciencia experimental.

Con este título la Teoría de la Meditación bien podría ser llamada antropología clínica. Y los mediadores (reagrupados bajo el nombre de la Escuela de Rennes), de la misma manera, son los primeros en el mundo a apostar por la necesidad de constituir un acercamiento científico del hombre que se da, evidentemente, en un modelo teórico y, al mismo tiempo, en un lugar de experimentación. Dicho de otra manera, el punto de encuentro entre la teoría clínica y el lugar es muy fundamental, ya que no podemos separarlos…salvo, como yo lo haría más a menudo, por comodidad de exposición (y bueno ¡no podemos hacerlo todo!)

He hablado de Freud, pero eso no quiere decir que Jean Gagnepain se adhiere sin reserva al psicoanálisis. Él corrige los excesos. En primer lugar el exceso del verbalismo, porque Freud albergaba su descubrimiento del inconsciente al único plan de la consciencia representativa, es por esto que también existe un “inconsciente” técnico, un “inconsciente” social y un “inconsciente ético, es por esto que Jean Gagnepain substituye al concepto del inconsciente por el de implícito.

La segunda corrección es la que aporta al historicismo en el que Freud se encerró, el historicismo de los “estados”, de la “regresión”, etc. Pero, Jean Gagnepain no es para el Urszene (la “escena primitiva”), sino para la Grundszene (la “escena fundamental”)

El segundo precursor que reconocía Jean Gagnepain, es Ferdinand de Saussure y su concepción estructural del singo verbal (en realidad es un anacronismo: Ferdinand de Saussure jamás empleó la palabra “estructura”, él habla del “sistema”). El descubrimiento de Ferdinand de Saussure (1857-1913) fue para Jean Gagnepain como para muchos otros intelectuales franceses, una verdadera revelación, revelación tardía (a fines de los años 40), ya que el célebre Curso de lingüística general data… ¡de 1916! (es para decirles ¡como funciona la Universidad francesa!). Pues bien el célebre lingüista genovés es el primero en haber mostrado que, en el lenguaje, no todo está claro, pero que, bajo este fenómeno, había otra cosa, que Jean Gagnepain bautizó como “gramática”, para oponerse a la “retórica” que, como ustedes lo verán, se manifiesta en la locución sola.

Pero es importante precisar que la idea del “sistema” es obra de Saussure, y que enseguida fue bautizada con el nombre de “estructura” y fue completamente confundida por los sucesores de Saussure, aquellos a los que llamamos “estructuralistas”, pues los “semiólogos” y otros “semánticos”. Todos ellos dieron al signo una importancia ciertamente abusiva: para ellos, ¡todo es signo! ¡Es la recuperación integral! Jean Gagnepain también da al signo una importancia considerable, pero no de la mima manera que los estructuralistas. Él se sirve de la analogía, es decir que el principio explicativo del signo vale, analógicamente, por su utilidad, la persona y la norma. He ahí, muy rápidamente lo que Jean Gagnepain le debe a Saussure.

Finalmente, es la praxis marxista la que dirigió a Jean Gagnepain a la teoría de la racionalidad incorporada. Dicho de otra manera, esta idea de praxis, prestada a Marx, lo condujo a cuestionarse la realidad del principio explicativo que es la razón, no al exterior del hombre, sino dentro del hombre. Y es la misma diferencia entre las ciencias dichas “del hombre” y las ciencias dichas “de la naturaleza”. Las dos salen de la misma racionalidad, pero se cree que, en la naturaleza, no hay ninguna razón: es el hombre el que la sitúa para poder explicarla; en el hombre, al contrario, hay razón, es incluso una de las características del “objeto” (el hombre) a estudiar científicamente. Si bien las ciencias dichas “del hombre” no pueden ser nada más que ciencias al cuadrado (en el sentido matemático de la expresión), pues la racionalidad es, a la vez, en los estudiosos el objeto que estudian. De la misma manera, estamos obligados a rendir cuentas acerca de la incorporación de la racionalidad en el objeto mismo (el hombre) que pretendemos abordar científicamente.

Entre los que precedieron a Jean Gagnepain, fue Marx el único que verdaderamente insistió en esta realidad, Marx por quien, como ya lo saben, la historia no fue el hecho del historiador “profesional” (del historiador de Francia, del Arte, le la Literatura, etc.), pero del historiador que somos todos. ¿Qué había visto en el fondo Marx? Una teoría del hombre, y como el hombre estaba definido, en él, por la historia, era necesario tratarlo también de una manera lo más científica posible, elaborando un materialismo histórico. Solamente ahí, de la misma manera que la semiología y la semiótica, le jugaron una mala pasada a Saussure y ridiculizar al estructuralismo (comprendido el de Lévi-Strauss) que se convirtió en un nuevo idealismo, también Engels y Feuerbach jugaron la misma mala pasada al materialismo histórico de Marx tirándole, tanto como pudieron, cerca de lo que pronto llamaron el materialismo generalizado, es decir, el “materialismo dialéctico” (el mismo que Marx, viejo y cansado, terminó por abandonar), y que ¡valía para toda la evolución del cosmos! Dicho de otra manera, el “materialismo dialéctico”, haciendo de la dialéctica un proceso y de la cultura (es decir por el hombre), y por la naturaleza, llegamos al materialismo integral. Brevemente, el “materialismo dialéctico” abrumó a Marx, exactamente como el estructuralismo abrumó a Saussure.

Para concluir, desearía que digan en una palabra mi relación con Jean Gagnepain. De una manera general, diría que el Maestro no es ni el que respetamos, ni con quien hemos roto: vivimos de él. Dicho de otra manera, nunca respetamos al Maestro pues el respeto es signo de muerte. Cuando les hablo de Jean Gagnepain, lo hago existir. Pero ¿dónde estoy yo? Al límite, eso no tiene ninguna importancia. Eso no quiere decir que la memoria de Jean Gagnepain no sea, ella misma, digna del respeto que le debemos a un genio humano, pero no nos puede servir, ni a mí, personalmente, ni a ustedes, por una persona interpuesta, que en la medida en la que lo digerimos, donde hacemos nuestro trabajo. Ninguna pregunta, en estas condiciones, el hecho de parar a un Maestro en ese momento de la historia: y sería, bello y bueno “aniquilarlo”, para imitar a Sartre.

Agrego que el Maestro, si es Maestro (lo que ya no existe en Francia desde hace mucho tiempo) no tiene nada que ver con el profesor, sino ¡al contrario! Tengan en cuenta al Maestro Albert, en la Edad Media: cuando el Maestro Albert se reñía con Sorbona, tomaba sus cosas y se iba y se separaba de ella, es decir que se alojaba en el lugar al que, dio su nombre en Paris: la plaza Maubert. Se instaló ahí e impartía sus cursos al aire libre, y todos le seguían. Él tenía carisma, llamaba la atención de las multitudes, pensaba, y lo hacía libremente.

Y bien, Jean Gagnepain, si quieren verlo de esta manera, es el Maestro Albert de la Ciencia del hombre. Comprenden en estas condiciones que su pensamiento podría molestar, o indignar, sobretodo al ambiente universitario.

Mejor, si este pensamiento, que trataré de transmitirles (si ustedes “nosotros” hacen el honor de “seguirnos”) la invitación de reflexionar.

http://www.teoria-mediation.com/

Acerca del autor:

Catedràtico de instituto por letras clásicas, primero enseñó la lingüística en la Escuela Superior de las Letras de Beirut (Universidad de Lyon), luego profesó durante diez años en los cursos de dos años de preparación a los concursos de entrada de las Escuelas normales superiores (en Montpellier, luego en Versailles).

Su carrera lo condujo, por otra parte, a ponerse al servicio de la difusión de nuestra lengua y de nuestra cultura en el extranjero (Medio-oriente, Marocco, el Reino unido). También tuvo el honor de colaborar en los trabajos del servicio de las publicaciones de la Academia francesa.

Desde el 1991, se dedica a sus búsquedas en antropología clínica, llevadas en el marco de las actividades de la Escuela de Reno (Universidad de Haute Bretagne).

Discípulo de Jean Gagnepain, publicó una Introducción a la Teoría de la Mediación a las ediciones De Boeck (2001), y contribuye, actualmente, difundiendo el pensamiento del Dueño.

Fuente: de Articuloz.com

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